Iñaki Garay
29/04/2019
La alta participación a las seis de la tarde era ya toda una premonición. Sobre todo en Cataluña, donde esta vez muchos nacionalistas que no suelen votar en las elecciones al Parlamento Español, se movilizaron para salvar su proyecto separatista. Tres circuntancias han posibilitado el hundimiento de la derecha y la recuperación de la izquierda. La primera, la negativa de Ciudadanos a pactar con el PSOE. La vehemencia con la que Albert Rivera negó cualquier posibilidad de pacto con los socialistas ahuyentó a mucho antiguo votante del PSOE que veía en la formación naranja una alternativa progresista a un sanchismo que había perdido las esencias del PSOE para caer en manos de los nacionalistas. Pero una cosa es votar a Ciudadanos como alternativa del PSOE y otra muy diferente votarle para que forme gobierno con PP y, sobre todo, con Vox. Buena parte de ese votante volvió ayer a votar al PSOE con la nariz tapada.
La segunda circunstancia ha sido la purga que Pablo Casado ha protagonizado en el Partido Popular. El desplazamiento de muchos primeros espadas del PP tras su victoria en las primarias ha descapitalizado al partido y ha dejado muchos nichos de votos sin cubrir que se han ido posiblemente a Ciudadanos. Un ejemplo que ilustra esta fallida estrategia: Nadie entendió que en Huelva una figura como Fátima Báñez fuera sustituida por un candidato del perfil de Juan José Cortés.
Pero la tercera circunstancia, y la más importante, que ha posibilitado el renacer de la izquierda y el hundimiento de la derecha ha sido la irrupción de Vox. La formación que lidera Santiago Abascal ha dividido a la derecha, ha asustado al votante potencial de Ciudadanos e incluso al del propio PP y ha movilizado en masa a mucho votante de izquierda que estaba dispuesto a que gobernase una opción de centroderecha, pero nunca una derecha vehemente y reaccionaria. Y los mensajes y la puesta en escena de Vox se han percibido como reacción. Como una amenaza a cuestiones que mucha gente hoy percibe como principios básicos de la sociedad moderna del siglo XXI. La solidaridad, la inmigración, el feminismo, la libertad sexual, la religión, el aborto… son temas de fondo en los que la izquierda ha impuesto unos patrones de pensamiento fuera de los cuales todo es percibido como políticamente incorrecto o incluso reaccionario. Es tan difícil hilar fino que los mensajes de Vox han acabado por asustar a un gran número de españoles que desde 1996 percibían a la derecha como una opción perfectamente homologable con una sociedad moderna. Pero han dejado de hacerlo ante las expectativas que estaba generando Vox, llenando a golpe de consigna pabellones que finalmente han resultado ser pura tramoya. Todavía ayer por la mañana en muchos foros conservadores se vivía una cierta euforia, propia de quien considera que el conjunto del país es simplemente una extensión de su propio mundo y círculo vital. Se equivocaban.
Hace ya unas semanas José María Aznar advertía sobre el momento delicado que vivía el centro derecha por la división que provocaba Vox. “Si no se unifica el voto, el centroderecha perderá de forma irremediable”, decía Aznar. Y así ha sido. Los españoles han preferido la reedición de un Gobierno Frankenstein, sin saber a ciencia cierta lo que eso significa, a cualquier opción en la que estuviera presente Vox. El equipo de Sánchez sabía que la entrada en escena de Vox podía ser su mejor baza y así ha sido. Y lo ha sido en muchos aspectos. Para recuperar su credibilidad como líder. No en vano Sánchez había sido hasta ayer el líder del PSOE que peores resultados había recabado desde la reinstauración de la democracia. Lo sigue siendo, pero ahora es el vencedor en un panorama político con cinco fuerzas en liza. Ha conseguido acabar de enterrar a Susana Díaz en Andalucía al trasladarle definitivamente la responsabilidad total del fracaso del socialismo en las últimas elecciones en aquella tierra. Vox ha permitido a Sánchez desviar la atención en la campaña. Le ha permitido que los españoles presten poca atención a la desaceleración económica o a la deriva de un separatismo que sigue reforzándose desde las instituciones, para poner sus ojos sobre un partido que, en buena parte gracias a la propaganda desplegada por la izquierda, se percibe como una amenaza contra la democracia y las libertades. Por algo Sánchez quería a Vox. Para no tener que rendir cuentas y para dividir al adversario. La llegada de Vox, además, ha conseguido estigmatizar a la derecha por mucho tiempo, con un problema añadido: Vox está aquí para quedarse, lo que va a perpetuar esa división que beneficia al sanchismo.
Pedro Sánchez y el PSOE fueron ayer los grandes ganadores de las elecciones, fundamentalmente porque parten sobre el papel con dos opciones para formar gobierno. La primera, aunque Albert Rivera niegue cualquier posibilidad, es la de un Gobierno PSOE-Ciudadanos. Sería el Gobierno mejor acogido internacionalmente y por los mercados y el que, en principio daría mayor estabilidad a España. Sin duda alguna moderaría las propuestas fiscales que ha ido lanzando el PSOE en campaña y frenaría la hemorragia de gasto que amenaza con debilitar aún más a este país ante la evidencia de la desaceleración. Aunque Rivera ha dicho que no pactará con Sánchez, habrá que esperar al resultado de los municipales y autonómicas para ver si el PSOE tiene monedas de cambio para ofrecer a Rivera y hacer viable de esta manera una alianza que, de momento, parece lejana por dos motivos. Por una parte, Rivera aspira a convertirse en el referente del centro derecha y una alianza con Pedro Sánchez le restaría opciones. Por otra parte, una alianza de Sánchez con Rivera dificulta cualquier acuerdo con separatistas, incluido el indulto a los políticos presos, tras una eventual sentencia condenatoria del Supremo.
La segunda opción de Sánchez, la que ahora cuenta con más papeletas, es la reedición del Gobierno Frankenstein, pero esta vez sin la participación de los separatistas catalanes. Pablo Iglesias ha dejado claro que en esta ocasión, a pesar de haber perdido buena parte de sus apoyos, quiere formar parte activa de ese gobierno. Es la peor noticia . La heterodoxia de la que ha hecho gala Podemos, dispuesto a disparar el gasto y financiarlo con impuestos al tejido productivo, es una amenaza en toda regla para la economía española en un momento internacional muy sensible. La inversión, el consumo, el empleo privado y la productividad de la economía española pueden sufrir un revés que conduzca al país a una nueva crisis. Curiosamente, el PNV es la fuerza que puede moderar los ímpetus intervencionistas de Iglesias. En cualquier caso, lo que está claro es que este Gobierno indultaría a los responsables del 1-O si hay sentencia condenatoria.