
La lista de anomalías que estamos viviendo los españoles es larga y el asalto de las instituciones llevado a cabo por Pedro Sánchez, empezando por como llegó al poder en su propio partido, alarga y agrava la lista. Por mencionar sólo las más relevantes en mi opinión:
- Una moción de censura basada en una sentencia a medida que fue después rectificada
- Unas primeras elecciones en las que consiguió una victoria exigua.
- Unas negociaciones post electorales que evidenciaron su rechazo a llegar a acuerdos con el centro derecha – No es no, Sr. Rajoy” – con el que podía haber conseguido un gobierno respaldado por una amplia base social: PSOE, PP, CS. “
- Unas segundas elecciones en las que obtuvo todavía un peor resultado y que que ganó con las promesas reiteradas de no pactar jamás con comunistas e independentistas, que incumplió nada más conocer el recuento de votos.
Tiene importancia la reiteración de esas promesas en los medios de comunicación porque estaban certeramente dirigidas a los votantes tradicionales del PSOE, que sí admiran y respetan el sistema democrático abrumadoramente respaldado por los españoles en 1978 y por lo tanto rechazan las tesis independentistas y las ideologías que atacan la libertad de mercado que, adecuadamente armonizada con las políticas sociales, es el origen del bienestar del que disfrutamos en los países occidentales.El incumplimiento del contrato electoral en aspectos tan esenciales de la concepción de la sociedad que respaldan sus votantes, deslegitima absolutamente al gobernante que ha llegado al poder haciendo exactamente lo contrario de lo que prometió.
Pero hay anomalías más antiguas y más profundas que me gustaría destacar y son las que inspiran el título de este escrito.España, como cualquier otra nación, no es nada sin los españoles. No, no es una obviedad. Basándome en el resultado de las elecciones del 10-11-2019 y partiendo de la hipótesis de que el 50% de los votantes del PSOE estén de acuerdo con la política de alianzas con los nacionalistas de Pedro Sánchez, hay 10.443.344 personas con derecho a voto a los que la idea de España les resulta, como mínimo antipática, cuando no les genera un total rechazo, hasta el punto de que le cuesta pronunciar la propia palabra España y les producen urticaria su himno y su bandera. Esto es un hecho constatado. Y da igual que los diferentes y a menudo brillantes ejercicios de psicoanálisis histórico que se han hecho expliquen, justifiquen o cuestionen las razones que nos han traído hasta aquí o la falta de argumentos racionales que han generado el sentimiento antiespañol: la leyenda negra, el protestantismo, la competencia militar y comercial con otras naciones, la larga decadencia de la monarquía hispánica, la guerra de los aranceles, la falta de diplomacia de Castilla, la severa incompetencia de mucho gobernantes y un sin fin de explicaciones que esperan pacientemente a ser leídas en los libros de historia. Para lo que trato de decir, da igual.
Lo que se está poniendo en evidencia con una contundencia indiscutible es que es imposible gobernar un país en el que un porcentaje de ciudadanos (43% aproximadamente) no se siente parte integrante y orgullosa de ese país. Nadie que no crea en un proyecto está dispuesto a trabajar y sacrificarse por sacarlo adelante. La idea de nación está diluida. La idea de hispanidad es más apreciada en Hispanoamérica que en España. Todos los valores asociados a la historia de España, sus tradiciones, su cultura, están desprestigiados y permanentemente atacados por los propios españoles. Si este movimiento, trabajado durante siglos con determinación, paciencia y minuciosidad admirable por los enemigos de la misma idea de España, es reversible, sólo se conseguirá invertir la tendencia mediante un proceso de seducción entre españoles. España debe seducir a sus ciudadanos, a sus nacionales. Para conseguir tener un estado justo, fuerte, rico, culto y respetado, los españoles deben sentirse, primero españoles, orgullosos de serlo y luego todo lo demás. Sin ese sentimiento de identidad seguiremos enfrentados ad eternum en guerras tribales, desgarradoras, improductivas, ridículas, en las que unos pocos seguirán utilizando la ignorancia de la mayoría para sembrar los sentimientos de odio y desprecio a otros compatriotas. El proceso de división tendrá como primera consecuencia el empobrecimiento general y concluirá en una país troceado, odiándose las partes, sin ningún hilo conductor ni armonía entre ellas. El último ladrillo de la obra iniciada por nuestros enemigos en el siglo XVI ocupará su lugar. Y finalmente, quedaremos a su merced.
Desafortunadamente, no hay ningún político en la escena actual que sea capaz de llevar a cabo tan ingente tarea. Lo más grave es que, probablemente, ni siquiera se lo plantean.
José Luis Sicre
Madrid, 10 de octubre de 2020.