Por eso el poder trata de conculcarla.
En las sociedades occidentales ya no se puede conculcar la libertad con tanques. El poder lo sabe y ha desarrollado métodos para conseguirlo de otra forma. Y sin duda el más eficaz es el control de las conciencias.
Si alguien es capaz de hacer que los ciudadanos den su apoyo a determinadas tendencias, esa persona o grupo de personas obtendrá el poder y podrá perpetuarse en él sin necesidad de hacer grandes carnicerías como han hecho (y hacen) los regímenes totalitarios de cualquier signo político.
Los grupos que aspiran a controlar el mundo buscando sólo su propio benéfico, necesitan controlar las conciencias y la mejor forma de hacerlo es controlar los medios de comunicación.
Una vez controlados los medios sólo queda verter los mensajes adecuados. A saber: todo lo que contribuya a debilitar los posibles focos de resistencia ante el poder que habitualmente surgen en torno a ideas que defienden valores trascendentes como la familia, la patria, el honor, la responsabilidad, la iniciativa, el mérito….
Y así tantos otros que una vez disueltos dejan desarmada a la comunidad que se convierte en un conjunto de individuos que sólo luchas por sobrevivir sometiéndose al poder.
Frente a esa estrategia, bien probada en los regímenes comunistas, la única emoción, idea, sentimiento que tiene la fuerza suficiente para enfrentarse con éxito a la superestructura, es el ansía de libertad.
Frente a los rebaños de corderos obedientes que siguen sin rechistar y convencidos las consignas que les debilitan y anulan como individuos, siempre habrá rebeldes que prefieran la muerte a la esclavitud, la lucha frente a la rendición ignominiosa. Porque vivir siendo consciente de la falta de libre albedrío, rodeados de la grey que alimenta a los tiranos, no merece la pena. Y en esa convicción radica la fuerza que siempre acabará trayendo de vuelta, con la victoria, la libertad.