Dicen que con la edad se adquieren manías o que se acentúan las que uno arrastra. Sin duda es cierto, pero créanme: lo que sigue nada tiene que ver con esa verdad irrefutable.
Viajar en avión se ha convertido en algo incómodo, desagradable en muchas ocasiones. Desde el día anterior al viaje hay que calcular cuanto tardaremos en llegar al aeropuerto y terminal que toque en función del trafico, que ya casi siempre es lento en cualquier gran ciudad. Así que saldremos con un poquito de margen, por si acaso.
Si al tiempo invertido en llegar al aeropuerto, digamos 1h, con el consabido margen, le añadimos los 90 min. que exigen las aerolíneas de media, nos encontraremos con que para llegar a Barcelona desde Madrid, invertiremos 2h y media fuera del avión y 50 min. en el aire. Ahora sumemos los 30 min. de retraso habituales, los 15 min. de caminatas por el aeropuerto a la llegada, los 15, como mínimo, de recoger una maleta y los 30 min. de taxi desde el Prat hasta un hotel del centro y la proporción se desequilibra aun mas: 4h fuera del avión y 50 min. de vuelo. Tan es así que, que el puente aéreo ha sufrido una drástica caída de viajeros desde que el ave conecta Madrid y Barcelona con puntualidad suiza. Era un éxito anunciado.
Pero sigamos metiéndonos en la piel del viajero frecuente.
Los aeropuertos más visitados son tan grandes que los tiempos de desplazamiento se asemejan a los del transporte urbano en cualquier capital europea. Se tarda mucho menos en ir desde la Plaza de Gregorio Marañón a Arapiles, dos barrios, dos distritos, que de la T4S a la T4.
En Gatwick o Schipol se puede perder perfectamente un avión si te cambian una puerta sin que te des cuenta a tiempo. No es extraño de hecho ver carreras de gente con los ojos desencajados, arrastrando una mochila con las ruedas echando chispas y empujando a todo el mundo mientras balbucean en un ingles con acento de cualquier sitio: «sorry, sorry». Me ha pasado y sufro cuando les veo.
Pero quizá lo mas odioso del viaje actual son las colas, las esperas y los empujones, especialmente en temporadas de vacaciones.
La cola para facturar, la cola para pasar el control de seguridad, la cola para el control de pasaportes, la cola para comprar un libro o una revista, la espera en la puerta de embarque, los empujones mientras colocas el equipaje, la cola para despegar cuando hay congestión de trafico aéreo, la espera para salir de tu asiento sin ser arrollado por una fila de búfalos enfurecidos que tienen una extrema urgencia por salir, para luego tener que esperar las maletas igual el primero que el ultimo, la cola de otro control de pasaportes, la espera de la recogida de maletas (45 min. de media en la T4S) y por fin la cola del taxi que te dejara en un hotel en el que te pondrás en una cola para hacer el check in. Esto puede parecer exagerado y caricaturesco pero es la realidad cotidiana de los que viajamos con frecuencia.
Pero quizá de todas estas colas/esperas, las mas exasperantes sean las de los controles de seguridad. Para empezar esta el laberinto de cintas que obliga a hacer 200 metros en zig zag en lugar de los 20 que te separan de tu destino. Cuando hay mucha gente esta justificado, pero cuando hay menos, allí sigue, desafiante, invitándote a hacer un slalom tan ridículo como innecesario.
Antes de entrar en las cintas, un amable ciudadano del mundo comprueba nuestra tarjeta de embarque con detenimiento. «Si, le autorizo a viajar», parece que te va decir.
Mientras nos acercamos lenta y parsimoniosamente, con pasos resignados que recuerdan al de los esclavos empujando los grandes bloques de piedra que conforman las pirámides, otros ciudadanos del mundo repiten una cansina letanía con las instrucciones que deben darnos: «monedas, teléfonos, cámaras, objetos metálicos, cinturones, líquidos, todo en la bandeja. Las computadoras fuera. Monedas, teléfonos…etc.». Y ya cerca de las maquinas de la verdad empieza el juego malabar de poner en una bandeja el ordenador, que tiene que ir solo, en otra la chaqueta, el cinturón, el teléfono Mobil, el reloj, la pluma, las llaves, en algunos aeropuertos los zapatos y esperar unos minutos con 2 o 3 bandejas bajo un brazo y el maletín en el otro, descalzo, mientras otros ciudadanos del mundo registran y toquetean a quien les parece con los modales que tengan a bien y otro, tras una concienzuda observación descubre, válgame Dios, que llevamos una espuma de afeitar de 125 ml y no de 100 ml, que es el limite. Tras asumir que discutir con este ciudadano del mundo es simplemente inútil, aceptas que requisen tu espuma y confías en llegar a un hotel donde este incluida en el kit de afeitado que o haya una tienda abierta para comprar la espuma que tu usas.
Una vez protegido el mundo de tu arma letal, te devuelven tus zapatos, tu ordenador y el resto de tus pertenencias y te dejan seguir intentando viajar. Lo mas frustrante de todo es que todos sabemos que, a pesar de que cientos de miles de ciudadanos honrados estamos obligados a sufrir esta pesadilla a diario, los traficantes de drogas y de armas siguen pasando la que quieren y el DIA que el terrorista profesional quiera armarla, la armara. Es un caso claro en el que el mal y el terror, han triunfado sobre el bien, paralizándolo y haciendo su vida mas difícil.
Otro ingrediente que hace molesta cualquier espera en muchos aeropuertos son los anuncios por megáfono. En eso hay que decir que AENA ha sido pionera en no anunciar los vuelos y exigir a los viajeros que sean responsables de su vuelo y las posibles contingencias. Hay multitud de pantallas y muchos puntos de información.
Pero en otros aeropuertos, en Africa y en China, las srtas. encargadas de la megáfono padecen una clara incontinencia verbal y simplemente no callan. Tu estas haciendo una conexión de un vuelo largo, quizá leyendo un documento de trabajo o un libro o el periódico y un incesante y sucesivo continuum de «ding dong…su atención por favor. La compañía Dragon Air les informa de que su vuelo KA6231 realizara su embarque en breves momentos. Se ruega a los sres pasajeros que se dirijan a la puerta C52. Gracias.» Esto en ingles y en chino. E inmediatamente otro y luego otro y otro. Desquiciante.
Y ya para rematar y conectando con el tema de la megáfono, no olvidemos la proverbial verborrea a bordo del avión:
Que nos abrochemos el cinturón, que el respaldo en posición vertical y la mesita plegada, que apaguemos los dispositivos electrónicos, que no se puede fumar… pero a ver, que ya lo sabemos todo. Que pongan un video o que hagan un examen para sacarse un billete, pero que no nos torturen con tal marea de palabras, a veces en castellano, ingles y catalán. Para cuando se quiera caer el avión todavía estarán enseñando las salidas de emergencia en euskera!
Pero lo mejor es cuando el comandante, amable y servicial, te despierta en mitad de ese leve sueno que se coge a veces con la cabeza apoyada en la ventanilla, el cuello torcido y los brazos Dios sabe donde y empieza a decir: «sres pasajeros, mi nombre es Capitán Volador y tengo el gusto de informarles de que en nuestro vuelo hacia Madrid pasaremos por las ciudades de Dresde, luego sobrevolaremos Poitiers, posteriormente pasaremos por Niza, justo por encima de la casa de Elena Salgado, para luego encarar el trayecto final hacia Madrid en el que sobrevolaremos las ciudades de Barcelona y Zaragoza»
Y bien? Que mas me da por donde vayamos a pasar? Yo no veo nada desde mi asiento y lo que quiero es llegar cuanto antes, sano y salvo.
Normalmente se dan datos muy valiosos como la temperatura en destino:
«En Barcelona el cielo esta despejado, hay viento del suroeste y la temperatura es de 16 grados centígrados»
Y que? Yo ya he hecho la maleta. Lo que llevo es lo que llevo y el tiempo será el que sea. Gracias por despertarme Capitán Volador pero por que no me deja un rato tranquilo?
Y entonces, como un castigo ante estos poco humanos sentimientos, una azafata coge el micrófono y empieza a decir:
«Sres pasajeros, a continuación les vamos a proporcionar información sobre las puertas de embarque de las distintas conexiones de este vuelo: IB352 con destino Vigo, puerta B38; IB 984 con destino Santiago de Chile, puerta B45; IB 6521 con destino Málaga, puerta J52….» Y así hasta 12 conexiones, en dos idiomas. Pero por favor, si están las pantallas en la terminal. Por que me torturáis de esta manera?
Y entonces aprendes a valorar el silencio como una virtud y como una necesidad esencial de cualquier ser humano que aspire a unos momentos de felicidad.
Ante tal cúmulo de inconvenientes, para viajar en avión sin perder los nervios solo puedo aconsejar una infinita dosis de paciencia.
Pero desde luego mi grito de guerra a partir de ahora, en lo que a desplazarme por el mundo se refiere, será sin duda:
Viajeros al tren!