El número de ni-nis crece rápidamente. Se reproducen al calor de padres pusilánimes, asustados e inseguros. De colegios donde el merito y el esfuerzo han dejado de ser motivo de admiración y de progreso; de programas de TV que venden paquetes de músculos tatuados, tetas sin paraíso y actividad sexual de conejo.
Hay algunas razones que son causa directa de esta nueva generación de bo-bos como la ley de educación del PSOE (LOGSE) que luego los aguerridos gobiernos del PP no fueron capaces de cambiar en 8 años, paralizados por sus complejos seculares y probablemente por algunos intereses personales.
Pero hay otras razones mas profundas, mas de fondo, mas de inercia colectiva y una de ellas es, sin duda, la tendencia sociológica de la ñoñeria. El miedo a enfrentarse a la realidad menos amable, a camuflarla, a querer cambiar nuestra percepción de la misma a base de eufemismos, cuando no nos atrevemos a mirarla de frente, esta minando la resistencia de nuestra sociedad y debilitando nuestras voluntades. Así, a una crisis galopante le llamamos desaceleración económica; a un gamberro que no da ni golpe y amenaza a sus padres, adolescente en busca de identidad; a una fuerte subida de impuestos, moderado ajuste fiscal y al ejercito que va a una guerra como la de Afganistán, contingente en misión de paz. Asi no hay forma de arreglar nada, porque ni siquiera se reconoce colectivamente que haya nada que arreglar.
La clave del progreso de una sociedad o una civilización es el conocimiento y su capacidad de mejorar su entorno y el de sus habitantes. Pero en lugar de perseverar en ese camino y reclamar los medios necesarios para seguir evolucionando, nuestros ciudadanos dan por buena una estructura económica y un esquema de valoras que bendice fichajes multimillonarios de tipos tan útiles para el mundo como Cristiano Ronaldo y malgastan horas de su escaso tiempo de ocio ante programas como Fama, Gran hermano, Donde estas Corazón y sus secuelas.
Como ejemplo de difuminación de la realidad combinado con mensajes ñoños no puedo dejar de traer al caso la publicidad de muchos productos y servicios. Y de entre todos, sin duda, los energéticos se llevan la palma. Ahora ya no nos dicen que contratemos con una compañía eléctrica o compremos determinada marca de carburante porque produce ciertos beneficios en nuestras casas o automóviles: precio, eficiencia, seguridad…no, ahora tenemos que contratar la luz con tal o cual porque así salvaremos al mundo del devastador cambio climático. Y a lo absurdo del argumento se suma la voz melosa del locutor, de chico bueno que nunca ha roto un plato, que no fuma ni bebe, es socio de todas las ongs y cultiva soja en su terraza.
Lo próximo que veremos será a Heidi corriendo por un verde valle cuajado de amapolas, llevando al hombro una minibombona de butano.
Y luego está la publicidad de los bancos que quieren ser nuestros amigos para prestarnos dinero con 4 o 5 puntos de diferencial sobre el euribor.
También con una voz bucólica e inofensiva te lanzan sus peticiones de amistad las compañías telefónicas que han pintado el mundo de color rojo, naranja o verdiazul.
Y por fin los de los organismos oficiales: gobierno de España, la suma de todos, hola everyone… Por el amor de Dios… ¿por que no se gastan ese presupuesto publicitario en pagar mejor a los maestros y profesores, en informatizar la justicia, en chalecos antibalas para la policía o en mas investigación y desarrollo?
Mientras nos enseñan lo buenos chicos que son nuestros soldados en el anuncio de «Tus fuerzas», como desayunan juntos, salvan gatitos, se van de excursión y hacen jogging por bosques encantados, millones de seres humanos con necesidades básicas están esperando su oportunidad. El hambre da mucho valor y la pobreza absoluta crea grandes luchadores. Le electrónica nos defenderá durante un tiempo pero el número y la fuerza de su razón acabarán aplastando nuestra ñoñeria.
Roma se sentía segura tras las murallas de su vasto imperio. Las masas ignorantes disfrutaban de los juegos en los estadios, los filósofos discutían en el foro, los políticos se acuchillaban para conseguir el poder y los ricos se entregaban a sus bacanales en las bellas villas de Brindisi o Pompeya.
¿Tendrán que venir los bárbaros otra vez, entrar en nuestras seguras casas vigiladas 24h, volcar nuestros confortables y ecológicos coches y arrastrarnos por un suelo de sangre y barro para que volvamos a tener conciencia de la realidad?